Durante más de tres décadas, Miguel trabajó en la industria offshore. Empezó como ayudante de mantenimiento y terminó su carrera como supervisor de operaciones en una plataforma de producción en aguas profundas. Hoy, lejos del casco de acero y del ruido constante del mar, recuerda su trayectoria con claridad. Lo que aprendió en altamar va más allá de la técnica. Es un legado de experiencia, disciplina y visión humana.
Lo primero que el mar le enseñó fue el valor de la preparación. Cada embarque requería cumplir con entrenamientos, certificaciones, revisiones médicas y planificación cuidadosa. En altamar no hay margen para improvisar. Desde los procedimientos de seguridad hasta la operación de una válvula, todo debía seguirse al detalle. Esa cultura del rigor técnico formó su carácter profesional y personal.
También aprendió a trabajar en equipo de verdad. La convivencia en una plataforma exige coordinación, respeto y comunicación constante. Miguel recuerda turnos de noche, emergencias compartidas y celebraciones improvisadas por cumpleaños o goles en un partido. En altamar, el compañerismo no es una opción. Es la base para que todo funcione y todos regresen bien a casa.
La industria le enseñó también a adaptarse. Las condiciones cambiaban con el clima, la tecnología y los tiempos. Aprendió a actualizarse, a formar a nuevos operadores, a confiar en sensores y sistemas digitales, pero también a valorar la intuición ganada con los años. Supo cuándo quedarse callado y cuándo levantar la voz. Supo que escuchar también es liderar.
Y sobre todo, aprendió a respetar el mar. No como un enemigo, tampoco como una simple herramienta de trabajo. Lo entendió como un entorno poderoso, cambiante e impredecible que exige humildad. Quienes lo enfrentan cada día, lo saben.
Hoy Miguel ya no viaja en helicóptero ni duerme en camarotes compartidos. Pero lleva consigo todo lo que el mar le enseñó. Sabe que formar parte de la industria offshore es más que un empleo. Es un compromiso con la seguridad, la excelencia y el trabajo bien hecho, incluso cuando nadie está mirando. Eso, dice él, es lo que realmente se queda para siempre.
