Aunque muchas veces se las percibe como molestia en la orilla del mar o como vegetación sin importancia, las algas marinas cumplen un rol fundamental en el equilibrio del ecosistema oceánico. Son organismos primitivos pero esenciales que forman la base de muchas cadenas alimenticias marinas, producen oxígeno y ayudan a capturar carbono de la atmósfera. Su presencia es signo de un océano vivo y funcional.
Las macroalgas, como los sargazos, kelps o algas rojas, ofrecen refugio y alimento a cientos de especies, desde peces pequeños hasta mamíferos marinos. Muchas especies dependen de estos bosques submarinos para reproducirse, esconderse de depredadores o desarrollar sus primeras etapas de vida. En zonas costeras, estas algas crean verdaderos santuarios de biodiversidad y ayudan a mantener la riqueza pesquera de comunidades enteras.
Además de su valor ecológico, las algas desempeñan un papel clave en la estabilización de las playas. Al llegar a la orilla, forman una barrera natural que protege la arena del viento y las corrientes. También retienen humedad y nutrientes, lo que favorece la vida de microorganismos y aves costeras. Retirarlas de forma masiva puede alterar el equilibrio natural y acelerar la erosión de las costas.
Las algas también se estudian como una solución sostenible para el futuro. Pueden utilizarse como fuente de biocombustible, alimento, fertilizante y hasta en la elaboración de plásticos biodegradables. Su capacidad para absorber carbono y nitrógeno las convierte en aliadas frente al cambio climático y la contaminación marina.
Proteger las algas es proteger el corazón invisible del océano. Son parte del motor biológico que mantiene la vida en el mar y en la tierra. Ignorarlas sería dar la espalda a uno de los aliados más generosos y discretos del planeta.